10 ago 2008
Hechos son amores y no buenas razones
“Hechos son amores
y no buenas razones”
Para Alejandro Aura
Este dicho popular aquí lo aplicamos al amor por México, que mucho se cacarea y poco se ve en los hechos. Por eso emociona conocer a alguien como doña Tere Castelló, una mujer que durante sus 91 años de vida no ha cesado de mostrar su profundo amor por su país, particularmente por los más desposeídos, con innumerables acciones que han mejorado la vida de muchas personas.
Ha enriquecido nuestra herencia cultural, recogiendo en interesantes libros costumbres y atuendos que son parte de la memoria histórica, y que siguen vivos, como el rebozo y la vestimenta de los grupos indígenas de México.
Ha buscado que las investigaciones que realiza beneficien directamente a la comunidad. Un ejemplo es la Asociación Pro-Seda, que fundó en 1988 para apoyar al cultivo de la morera y la crianza de gusanos de seda, con un grupo de mujeres mixtecas, en Oaxaca.
Mónica del Villar y Cristina Barros, autoras de un notable libro sobre el pan, en el que doña Tere las asesoró hace años, escribieron ahora su semblanza para una exposición-homenaje que actualmente se presenta en el Museo Franz Mayer. Dicen las autoras: “Teresa Castelló Yturbide es tejedora de la vida cultural mexicana, de sus artes y oficios, de sus costumbres y tradiciones, de su conciencia y memoria. La labor de doña Tere, como la conocemos cariñosamente, es contagiar su gran pasión: el amor a México”.
Maestra, investigadora infatigable, comparte generosa su sabiduría y los conocimientos que ha reunido por años gracias a su relación con diferentes grupos sociales del país y de la lectura de documentos en numerosos archivos y bibliotecas. Este esfuerzo se refleja en una amplia obra: más de 30 libros e innumerables artículos en revistas, además de conferencias, asesoría a investigadores y pinturas e ilustraciones. Doña Tere siempre tiene algún proyecto “en el horno”. Actualmente prepara un cuento sobre el origen del maíz, La hormiga maicera.
De una sencillez sobrecogedora, doña Tere con su esposo, el arquitecto Mauricio de María y Campos, de quien enviudó muy joven, conoció muchas regiones del país, experiencia que habría de marcarla, junto con los cuentos que le contaba la nana Pascuala Corona, en la casa de su abuela en Pátzcuaro y que representa a otras tantas nanas, madres, maestras, tías, mujeres, a lo largo de nuestra historia.
A finales de la década de 1950 asistió a la Escuela Nacional de Arte La Esmeralda, lo que se refleja en la ilustración de sus libros, obras en las que se firmaba como “Girasola”. Esta vertiente de artista también se ve en una muy diversa obra artesanal que practica, difunde y salvaguarda; ella hila, tiñe, borda, encuaderna, siembra, diseca, cocina, experimenta.
A partir de sus primeras publicaciones infantiles, doña Tere abrió un vasto trabajo de investigación, no desde las instituciones académicas, sino a partir del trabajo de campo que la ha vinculado con indígenas y grupos de artesanos. Ha profundizado especialmente en el campo de las fibras y los textiles; ejemplo de ello son los dos valiosos volúmenes bellamente ilustrados que componen el volumen El traje indígena en México, que ella y Carlota Mapelli Mozzi publicaron en la década de 1960 con el auspicio del INAH.
Doña Tere también ha andado entre los fogones. Su libro Presencia de la comida prehispánica, de 1986, fue pionero en mostrar la continuidad cultural de la cocina indígena de México.
Hay una faceta más: en silencio, como la hormiguita de su más reciente historia, doña Tere se ha dedicado a la labor social y continúa en ello. La educación ha sido una de sus prioridades. Ha enseñado a grupos de mujeres labores que les permitan ganarse la vida sin descuidar sus hogares.
Probaditas de todo esto podemos ver en la breve, pero sustanciosa exposición del Museo Franz Mayer, que es un muy merecido homenaje a una extraordinaria mujer, que con hechos ha mostrado su profundo amor por México.
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