fe de erratas

31 dic 2010

No me sumo a “su unidad nacional”

No me sumo a “su unidad nacional”
(Una última carta a Felipe Calderón, primera de dos partes)
Epigmenio Carlos Ibarra
Milenio   2010-12-31•Acentos


Imagino que, con sus asesores señor Calderón, prepara usted el tradicional mensaje de Año Nuevo. Imagino también que éste contendrá una más de sus arengas patrióticas y un nuevo llamado a la unidad nacional, además, claro, de un optimista recuento de los logros de su administración que, afortunadamente, se acerca ya a su fin.
Sé que, como su antecesor Vicente Fox, es el de usted un comportamiento mucho más cercano al de un candidato siempre en campaña que al de un estadista y que, ya hace meses, opera, desde el poder y con todo el respaldo que eso significa, con una lógica estrictamente electoral.
Electoral, además, a la mala; es decir rigiéndose por los criterios de la guerra sucia que tan buenos resultados le dio en 2006 y tan profundo daño hizo al país. Sembró usted la discordia y en medio de la discordia habrá de entregar el mando.
Le preocupa, supongo, su “legado” y hará todo lo posible por preservarlo imponiendo un candidato de su preferencia o, por lo menos, impidiendo que la izquierda —si es que ésta logra refundarse— cierre el paso al PRI y a Peña Nieto.
Vicente Fox, usted mismo señor Calderón y su partido han cogobernado con el PRI estos últimos 10 años y los resultados están a la vista. 7.5 millones de jóvenes sin esperanza ni empleo, 53 millones de pobres, un país que no crece, 30 mil muertos son sus cifras, las de su gobierno, las de esta década perdida.
No me compro sus aparentes disputas con la alta jerarquía priista y, menos todavía, el discurso de que una alianza de la izquierda con el PAN beneficie al país. Sólo usted y su partido pueden sacar provecho de esas coaliciones estatales.


Codo con codo, PRI y PAN han gobernado. Comparten ustedes proyecto, programas, hombres, métodos, usos y costumbres. Diferencias entre ambos partidos, sí las hay, no son de fondo. Sólo matices y colores los separan; su verdadero rostro, el de ambos, es el del autoritarismo ahora con fachada democrática.
Si uno de ustedes gana habrá de cubrirle las espaldas al otro. Ese pacto de impunidad, que han respetado tanto Fox como usted mismo, dejando escapar a los peces gordos que prometieron pescar, ha frustrado la transición a la democracia y ha hecho que el país, con el PRI o con el PAN, da lo mismo, se hunda en el pasado.
Si Fox metió ilegalmente las manos en el proceso electoral de 2006, no veo por qué usted no vaya hacerlo y, me parece, que el acto inaugural de campaña será, precisamente, este mensaje de Año Nuevo.
Por eso le escribo esta última carta, para decirle que a esa “unidad nacional” a la que usted convoca —estoy seguro de que muchos otros ciudadanos piensan como yo— no habré de sumarme y no lo haré aun a riesgo de enfrentar, como muchos lo enfrentan ya, la posibilidad de la descalificación y el linchamiento.


Vienen tiempos duros. El orden de batalla del poder se adivina y también los recursos que habrá de emplear. Será la guerra, la que usted declaró como un arrebato propagandístico y que hoy consume al país, la que determine el curso de la campaña electoral.
Mala cosa para la democracia que el señor del “haiga sido como haiga sido” vista hoy uniforme de general y conduzca un Ejército desplegado a lo largo y ancho del país. Mala cosa que la muerte se haya hecho costumbre y se escuchen cada vez más voces que piden “mano dura”.
Si antes recurrió usted al miedo como promesa, hoy el miedo está aquí, entre nosotros, rondando por el país entero. Lo trajeron, lo instalaron en la vida nacional, sus decisiones equivocadas, su apresuramiento mediático, la falta de cuidado en el diseño y en la conducción del combate al crimen organizado, y también —y esto es lo más lamentable y lo mas peligroso— su propia vocación autoritaria.


Se lanzó al uso de la fuerza, aun sabiendo que sólo con la fuerza de las armas no habrá de resolverse jamás el problema del narcotráfico, que exige acciones integrales, porque usted es amigo de ese tipo de respuestas. Porque a su “mecha corta” y a su adicción propagandística les vienen bien los golpes de efecto.
Pero se lanzó a la guerra señor Calderón, sobre todo porque cree usted en el uso de la fuerza. Atrincherado en su despacho lanzó a la tropa al combate sin haber fortalecido antes las instituciones.


Se le hizo fácil hablar de “guerra”. Le gustó el término, le servía para sus arengas. Para su necesidad de legitimación como ahora le sirve para la lucha electoral. No reparó en las terribles consecuencias de escalar de esta manera el conflicto.


Sin jueces ni fiscales, sin tribunales ni cárceles, sin códigos ni leyes, comenzó el combate desplegando masivamente la tropa, con todo su poder de fuego. ¿No pensaba hacer prisioneros señor Calderón? ¿Qué general se lanza a la guerra sin considerar su tren logístico, o en este caso, el tren judicial correspondiente?
El objetivo central de la guerra, dice Claussewitz, es la aniquilación de las fuerzas enemigas. Combatir la delincuencia implica someter a los criminales ante los tribunales, no matarlos. No son, aunque “se maten entre ellos”, buenas noticias esos 30 mil muertos, al contrario.


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