Carta al presidente Peña Nieto
Lydia Cacho
No, señor presidente, no todas las personas ejercemos la corrupción tal y como usted, algunos miembros de su familia y de su gabinete lo hacen de forma ejemplar cotidianamente.
Cuando usted sale a decirnos que quien esté libre de corrupción arroje la primera piedra, millones le respondemos que no arrojaremos piedras para sepultarle con ellas, porque estamos ocupadas, trabajando desde diferentes lugares y trincheras para tener una vida digna, para dar voces a quienes no la tienen, para sobrevivir al sistema de salud ineficiente, para la defensa y protección de los derechos humanos, para mejorar la educación, el periodismo; para educar a una nueva generación sobre el renovado sistema de juicios orales que está en ciernes.
Es claro que usted se ha rendido frente a la corrupción, como durante décadas lo hizo su partido, que la ha normalizado como un hecho cultural irrefutable e incorregible en su actuar público y privado.
Eso, sin embargo, no significa que las cientos de miles de valientes activistas mexicanas, que en tantas ocasiones han entregado la vida, la integridad y la seguridad personal por la gente de sus comunidades de norte a sur de México, se hayan sometido a la corrupción.
Todo lo contrario, a las y los defensores de derechos humanos les encarcelan, les desaparecen, les persiguen y amenazan justo por oponerse a cometer actos ilícitos, por resistir con integridad frente al ofrecimiento vil de gobernadores, alcaldes, senadores y diputados que a diario intentan callar voces y comprar voluntades para imponer actos y negocios al margen de la ley.
Todos los día una o un reportero o columnista de este país, encuentra una razón más para temer por su vida, debido a su honestidad y valentía para publicar las verdades que pesan como cien toneladas de abandono.
A diario miles de mexicanas seguimos las reglas de la ley, pagamos impuestos, nos estacionamos en el lugar correcto, hacemos filas interminables para usar el transporte público, separamos la basura, pagamos la luz y el agua, tratamos con educación a las autoridades aunque no seamos correspondidas.
Cada tres minutos una persona honesta acude a las autoridades para denunciar un delito en espera que la autoridad actúe con respeto, de forma expedita y transparente, y uno de cada dos agentes de la ley le pedirán dinero a la víctima para dar seguimiento a su caso, y sólo una de cada cincuenta victimas se someterá a la corrupción impuesta por el jefe del jefe que prohíja una cadena de corrupción que inicia en las oficinas de quienes ganan mejores sueldos, de quienes rentan los puestos policíacos y judiciales.
No tendremos tiempo de arrojar piedras los millones de madres, padres, hermanas, abuelas y abuelos que buscamos razones para seguir esforzándonos a fin de creer que esta democracia mexicana es salvable aún, a pesar de ustedes, esos líderes que mienten a destajo frente a la prensa, que utilizan los bienes de la nación para su beneficio propio, que despilfarran recursos mientras millones sufren de desnutrición y hambre.
Cada día miles como yo, mexicanas comunes, que trabajan honestamente, que sueñan con una vida tranquila y sobreviven a este sistema político el cual favorece la violencia de Estado como instrumento de silenciamiento contra la honestidad rebelde, se resisten a la corrupción.
A diario millones nos negamos a comprar autoridades, a favorecer juicios con actos ilegales, nos negamos a usar la fama o el prestigio para quitarle el sitio a alguien que lo merece y necesita. Millones sabemos que la corrupción es una forma de cobardía, que obedecer y hacer cumplir la ley es una forma de valentía que, en este país, requiere el triple de esfuerzo y una congruencia a prueba de desesperación.
Las piedras, como palabras necias, las arroja usted a una buena parte de la sociedad que se niega a seguir su ejemplo inaceptable.
Lydia Cacho
No, señor presidente, no todas las personas ejercemos la corrupción tal y como usted, algunos miembros de su familia y de su gabinete lo hacen de forma ejemplar cotidianamente.
Cuando usted sale a decirnos que quien esté libre de corrupción arroje la primera piedra, millones le respondemos que no arrojaremos piedras para sepultarle con ellas, porque estamos ocupadas, trabajando desde diferentes lugares y trincheras para tener una vida digna, para dar voces a quienes no la tienen, para sobrevivir al sistema de salud ineficiente, para la defensa y protección de los derechos humanos, para mejorar la educación, el periodismo; para educar a una nueva generación sobre el renovado sistema de juicios orales que está en ciernes.
Es claro que usted se ha rendido frente a la corrupción, como durante décadas lo hizo su partido, que la ha normalizado como un hecho cultural irrefutable e incorregible en su actuar público y privado.
Eso, sin embargo, no significa que las cientos de miles de valientes activistas mexicanas, que en tantas ocasiones han entregado la vida, la integridad y la seguridad personal por la gente de sus comunidades de norte a sur de México, se hayan sometido a la corrupción.
Todo lo contrario, a las y los defensores de derechos humanos les encarcelan, les desaparecen, les persiguen y amenazan justo por oponerse a cometer actos ilícitos, por resistir con integridad frente al ofrecimiento vil de gobernadores, alcaldes, senadores y diputados que a diario intentan callar voces y comprar voluntades para imponer actos y negocios al margen de la ley.
Todos los día una o un reportero o columnista de este país, encuentra una razón más para temer por su vida, debido a su honestidad y valentía para publicar las verdades que pesan como cien toneladas de abandono.
A diario miles de mexicanas seguimos las reglas de la ley, pagamos impuestos, nos estacionamos en el lugar correcto, hacemos filas interminables para usar el transporte público, separamos la basura, pagamos la luz y el agua, tratamos con educación a las autoridades aunque no seamos correspondidas.
Cada tres minutos una persona honesta acude a las autoridades para denunciar un delito en espera que la autoridad actúe con respeto, de forma expedita y transparente, y uno de cada dos agentes de la ley le pedirán dinero a la víctima para dar seguimiento a su caso, y sólo una de cada cincuenta victimas se someterá a la corrupción impuesta por el jefe del jefe que prohíja una cadena de corrupción que inicia en las oficinas de quienes ganan mejores sueldos, de quienes rentan los puestos policíacos y judiciales.
No tendremos tiempo de arrojar piedras los millones de madres, padres, hermanas, abuelas y abuelos que buscamos razones para seguir esforzándonos a fin de creer que esta democracia mexicana es salvable aún, a pesar de ustedes, esos líderes que mienten a destajo frente a la prensa, que utilizan los bienes de la nación para su beneficio propio, que despilfarran recursos mientras millones sufren de desnutrición y hambre.
Cada día miles como yo, mexicanas comunes, que trabajan honestamente, que sueñan con una vida tranquila y sobreviven a este sistema político el cual favorece la violencia de Estado como instrumento de silenciamiento contra la honestidad rebelde, se resisten a la corrupción.
A diario millones nos negamos a comprar autoridades, a favorecer juicios con actos ilegales, nos negamos a usar la fama o el prestigio para quitarle el sitio a alguien que lo merece y necesita. Millones sabemos que la corrupción es una forma de cobardía, que obedecer y hacer cumplir la ley es una forma de valentía que, en este país, requiere el triple de esfuerzo y una congruencia a prueba de desesperación.
Las piedras, como palabras necias, las arroja usted a una buena parte de la sociedad que se niega a seguir su ejemplo inaceptable.
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