Morena y el desafío de las alianzas
Eduardo Cervantes Díaz Lombardo
En la elección presidencial de
2018 se confrontarán básicamente dos proyectos: el de la continuidad
neoliberal, patrimonio de la indestructible alianza entre Acción
Nacional y el Revolucionario Institucional, con su coro de partidos
súbditos y, en el polo opuesto, el representado por Morena con la
candidatura de Andrés Manuel López Obrador.
Entiendo que el proyecto alternativo es de transición, en el sentido
de etapa histórica antineoliberal, fincada en la construcción colectiva
de un compromiso ético con el combate a la corrupción, el rescate de la
soberanía nacional, el predominio de los derechos humanos y sociales, la
austeridad y honradez en el ejercicio de gobierno, y la participación
ciudadana como instrumento clave de socialización del poder público.Ahora bien, la disputa entre ambos proyectos transitará por un escenario electoral controlado y administrado por las élites del poder, artífices de una historia de cinismo, simulación y fraudes. Nada indica que tan perversa vocación no se repetirá en 2018 ante el riesgo de perder el control del botín en que han convertido a México.
A pesar de ello, las elecciones son irrenunciables como espacio de participación y vía pacífica de lucha, aunque es obvio que para cristalizar como eslabón de un cambio de proyec-to, es obligado que encuentre cauce organizado contra el sistema de opresión el enorme cúmulo de atropellos y agravios sufridos por el pueblo durante decenios, sin cuyo empuje no habrá en 2018, ni después, esperanza alguna de rescate nacional.
Bajo este supuesto, el tema de las alianzas es un desafío de singular relevancia. López Obrador ha reiterado que la alianza es con los ciudadanos, pero debe reconocerse que si bien el ciudadano es el que vota, de allí a su participación activa y organizada en un proceso electoral hay un largo trecho. Por ello, advierto prioritaria la alianza de Morena con el movimiento social organizado, ya que en éste radica no sólo una buena parte de la memoria histórica de la lucha popular, junto con su fuerza social y moral, sino también su probada capacidad de convocatoria, movilización y resistencia.
Es prematuro saber qué luz guiará a maestros, estudiantes, mineros, petroleros o electricistas; a la CNTE, el SME y los sindicatos universitarios; a las comunidades rurales que resisten el latrocinio minero o a los comuneros de San Quintín, pasando por las comunidades eclesiales de base, diversas instituciones civiles y académicas o los defensores de los derechos humanos y el medio ambiente, pero el gravísimo deterioro social provocado por el desenfreno neoliberal sin duda potenciará el interés en los comicios como alternativa de transformación nacional, pero también de canalización de las crecientes necesidades y expectativas populares.
Una posibilidad insoslayable es la de formar un frente electoral amplio, capaz de promover y defender los cuando menos 20 millones de votos requeridos para ganar y, de paso, neutralizar el vasto menú del fraude electoral, con su plato fuerte de compra masiva de votos, gastos exorbitantes de campaña y procedencia ilícita del dinero.
Desde luego, un primer requisito de tal opción es conocer la voluntad o no para avanzar en esa dirección, desafío tanto para el partido que encabeza López Obrador como para los grupos y sectores organizados que aspiran a la transformación nacional. En la ruta de la sugerente especulación, un segundo paso sería la elaboración conjunta y consensada del programa unitario, además de un plan de acción aplicable antes, durante y después de los comicios. La apertura generosa y solidaria de candidaturas a representantes de la sociedad y de la lucha popular tendría un alto valor estratégico.
Ojalá (pensamiento y deseo) se acercara un horizonte así. Sucederá lo que el destino incierto determine, pero resultaría imperdonable que no se intentara conjuntar las muchas conciencias individuales y colectivas que coinciden en la necesidad de revertir el proyecto neoliberal, causa de la decadencia nacional que agobia al pueblo mexicano.
Con relación a los partidos de la Revolución Democrática, del Trabajo y Movimiento Ciudadano, es previsible que no pocos de sus miembros apoyen la candidatura de López Obrador, pero es una incógnita la posición que adopten sus dirigentes formales, dueños del aparato y, cómo olvidarlo, vergonzosos firmantes del Pacto por México. Morena decidirá en su momento, pero queda la duda sobre la disposición del movimiento social organizado a compartir destino electoral y político con dichos partidos.
En fin, lo que no es una incógnita es que de no haber unidad entre las fuerzas políticas y sociales realmente alternativas, quedará servido el caldo de cultivo para la continuidad de la dominación oligárquica, con sus nefastas consecuencias para la inmensa mayoría de los mexicanos.
Twitter: @Ed_CervantesD
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