fe de erratas

8 ene 2015

~ Navegaciones ~: Elecciones, ¿para qué?

~ Navegaciones ~: Elecciones, ¿para qué?

 Elecciones, ¿para qué?











Dejemos de lado por un momento los más
de cien mil muertos o los veintitantos mil desaparecidos que le ha
infligido al país los planes de negocios oficiales en el curso de
los últimos ocho años, por más que sea imposible dejarlos de lado.
Concentrémonos, por un instante, en dos datos: más de cuatrocientasadolescentes desaparecidas en el Estado de México durante 2014
y 780 personas muertas por el Ejército en el bienio 2013-2014,
más de una por día. En algo que pretenda ser un estado de derecho
esas dos cifras tendrían que ser un escándalo porque indican, la
primera, que las instancias de gobierno son incapaces de salvaguardar
la seguridad de los habitantes y, la segunda, que la institución
castrense ha sido lanzada a una guerra de baja intensidad no en
contra de un enemigo externo, sino en contra de la población misma o
de un sector de ella. Si a lo anterior se le agrega que los dos
funcionarios más prominentes del Poder Ejecutivo han sido pillados
en posesión de sendas residencias proporcionadas por el contratista
al que más beneficiaron en sus cargos anteriores, el resultado
tendría que ser una remoción inmediata e incondicional del equipo
de gobierno.

Y si se tuviera una vista panorámica
de las componendas entre la clase política y las tantas
delincuencias –la narcotraficante, la que secuestra y extorsiona,
la que comercializa los hurtos de la propiedad pública, la que lava
las ganancias ilícitas, la que evade impuestos en forma sistemática,
la que soborna– y se viera a esa misma clase política afanada en
escamotear sueldos, honorarios, liquidaciones y pensiones, mientras
gasta los recursos del erario en obras innecesarias y hasta
destructivas –como las que realiza en forma enloquecida Rafael
Moreno Valle en Puebla– con las miras puestas en las próximas
elecciones, sería forzoso concluir que esa casta de vividores, con
todo y sus rituales y sus leyes adulteradas y sus maquinaciones
logreras le hace al país un daño enorme y que su enquistamiento en
la institucionalidad explica, por sí misma, el desastre nacional en
curso. Pero además está la respuesta oficial a la agresión de los
estudiantes normalistas en Iguala: un rosario de mentiras,
encubrimientos y declaraciones cínicas que han colocado a sus
protagonistas ante un callejón sin salida. O el equipo de Peña
confiesa abiertamente lo que sabe y no dice sobre ese episodio
intolerable, trágico y catártico, o sigue como desde el 27 de
septiembre del año pasado: sin poder gobernar mientras el suelo se
le desmorona bajo los pies.

Y si ahora se retoman las decenas de
miles de muertos sin justicia y desaparecidos sin esclarecimiento,
los negocios depredadores, el saqueo de los recursos naturales, la
entrega de la soberanía nacional, los ejercicios represivos y la
frivolidad insultante de las esferas gubernamentales se verá que hay
sobradas razones para el rechazo hacia la política institucional y
hacia procesos electorales que han acabado reducidos a rondas de
legitimación periódica de la mafia en el poder. Por eso es
comprensible y respetable la postura de rechazo a las elecciones de
este año asumida recientemente por la Asamblea Nacional Popular. Con
o sin fraudes, los comicios en México han servido principalmente
para perpetuar el modelo de destrucción nacional impuesto desde
tiempos de Salinas y resulta atractiva la idea de boicotearlos a fin
de quitarle a la oligarquía ladrona su única manera de
legalización.

Pero otros pensamos que en el contexto
de campañas electorales ha sido posible crear articulación y
organización popular
perdurable y autónoma; que los comicios han
sido un espacio para criticar y confrontar el paradigma neoliberal en
su expresión mexicana; que resulta menos arduo movilizar a la gente
para ganar una elección que para organizar un paro nacional y que a
pesar de todo la sociedad es capaz de recuperar y reconstruir las
instituciones que le pertenecen.
Vemos, por añadidura, que en la
presente circunstancia histórica los proyectos políticos
posneoliberales y soberanistas que han logrado triunfar en este
hemisferio –Bolivia, Ecuador, Venezuela, para mencionar sólo los
más radicales– lo han hecho no sólo por medio de la formación de
poder popular sino que han debido también construir partidos
formales y concurrir a las urnas, y concluimos que el terreno
electoral no es ciertamente el único ni el más importante en el que
debe disputarse el país al grupo oligárquico que lo oprime, pero
que tampoco debe ser abandonado a las facciones de ese mismo grupo.

Las dos posturas parecen a primera
vista irreconciliables y, sin embargo, tal vez no lo sean tanto. A
fin de
cuentas ambas reclaman los mismos agravios y desean construir
lo mismo: un país al servicio de su población
y no de los
capitales, con seguridad para todos sus habitantes y equidad real
entre ellos; una democracia participativa, un estado de derecho y el
poder devuelto a su legítimo dueño, que es el pueblo soberano.









 


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