El capitalismo es corrupto por naturaleza...
Crímenes corporativos
Reforma, 20 May. 11
Jeffrey D. Sachs El mundo se está ahogando en el fraude corporativo, y los problemas son de mayores dimensiones en los países ricos, los que supuestamente gozan de "buena gobernanza". Es posible que los gobiernos de los países pobres acepten más sobornos y cometan más delitos, pero los países ricos albergan las empresas globales que cometen los mayores delitos. El dinero habla, y está corrompiendo la política y los mercados de todo el mundo.
Cada firma de Wall Street ha pagado significativas multas durante la última década por contabilidad falsa, uso de información privilegiada, fraude de valores, esquemas de Ponzi, o malversación por parte de los directores ejecutivos.
Sin embargo, es escasa la rendición de cuentas. Tras la mayor crisis financiera en la historia, impulsada por el comportamiento sin escrúpulos de los mayores bancos de Wall Street, ni un solo líder financiero ha enfrentado penas de cárcel. Cuando las empresas son multadas por malversación, sus accionistas, no sus directores ejecutivos ni gerentes, pagan el precio. Las multas son siempre una pequeña fracción de las ganancias mal habidas, lo que indica a Wall Street que las prácticas corruptas tienen una sólida tasa de retorno.
La corrupción paga también en la política estadounidense. Cuando Barack Obama quería a alguien que le ayudase con el rescate de la industria automotriz, se dirigió a un "operador" de Wall Street, Steven Rattner, a pesar de que sabía que estaba bajo investigación por sobornar a funcionarios del Gobierno. Una vez terminado su trabajo en la Casa Blanca, se resolvió el caso con una multa de unos pocos millones de dólares.
La impunidad es generalizada; de hecho, la mayoría de los crímenes corporativos pasan inadvertidos. Los pocos que salen a la superficie generalmente terminan con una leve reprimenda, por la que la compañía -es decir, sus accionistas- debe pagar una modesta multa. Los verdaderos culpables en la cima de estas empresas rara vez tienen que preocuparse. Los accionistas están tan dispersos y sin poder, que ejercen poco control sobre la gestión.
La explosión de la corrupción -en EU, Europa, China, India, África, Brasil, y más allá- plantea una serie de preguntas acerca de sus causas, y sobre cómo controlarla.
La corrupción corporativa está fuera de control por dos razones principales. En primer lugar, las grandes empresas son multinacionales, mientras que los gobiernos siguen siendo nacionales. Las grandes empresas son tan poderosas económicamente, que los gobiernos tienen miedo de enfrentárseles.
En segundo lugar, las empresas son los principales financiadores de las campañas políticas en lugares como EU, mientras que los políticos mismos son a menudo copropietarios, o por lo menos beneficiarios silenciosos, de los beneficios empresariales. Aproximadamente la mitad de los congresistas estadounidenses son millonarios, y muchos tienen estrechos vínculos con empresas incluso antes de llegar al Congreso.
Por ello, suelen mirar hacia otro lado cuando el comportamiento de las empresas cruza el límite. Incluso cuando tratan de hacer cumplir la ley, las empresas cuentan con ejércitos de abogados para hacer olas a su alrededor. El resultado es una cultura de la impunidad, con base en la expectativa bien demostrada de que el crimen corporativo paga.
Frenar a la delincuencia empresarial será una lucha enorme. Afortunadamente, el flujo rápido y generalizado de la información hoy en día podría actuar como un elemento disuasivo o desinfectante. La corrupción florece en la oscuridad, y hoy más información sale a la luz a través del correo electrónico y los blogs, así como Facebook, Twitter y otras redes sociales.
También será necesario un nuevo tipo de líder que encabece una forma distinta de campaña política, basada en medios en línea gratuitos en lugar de aquellos de pago. Cuando los políticos se puedan emancipar de las donaciones corporativas, recuperarán la capacidad de controlar los abusos de las empresas.
Más aún, vamos a necesitar alumbrar los rincones oscuros de las finanzas internacionales, especialmente los paraísos fiscales como las Islas Caimán y los secretos bancarios suizos. La evasión de impuestos, sobornos, comisiones ilegales y otras transacciones reñidas con la legalidad fluyen a través de estas cuentas. La riqueza, el poder y la ilegalidad hechos posibles por este sistema oculto son ahora tan grandes, que amenazan la legitimidad de la economía mundial, especialmente en momentos en que padecemos una desigualdad de ingresos sin precedentes y un inmenso déficit presupuestario, debido a la incapacidad política -y a veces hasta operativa- de los gobiernos para imponer una fiscalidad justa a los ricos.
Jeffrey D. Sachs es profesor de Economía y Director del Earth Institute de la Universidad de Columbia. También es Asesor Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre las Metas de Desarrollo del Milenio.
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