República oligárquica y ciudadanía capitalina
Excelsior 22 Mayo 2012
De hecho, la república oligárquica la hemos padecido desde principios del siglo XIX porque, a diferencia de lo que había sucedido durante dos siglos en las 13 colonias de Norteamérica, en términos de las capacidades desarrolladas por sus ciudadanos para gobernar sus comunidades —como lo describe Alexis de Tocqueville—, en la Nueva España padecimos una sociedad segmentada en castas —una de las cuales era la que gobernaba— y una educación monopolio de la Iglesia, lo que impedía el desarrollo de las capacidades de los pobladores novohispanos.
Adolfo Orive
Excelsior 2011-05-22 00:00:00Hace una semana afirmé que la mayoría de los ciudadanos mexicanos no tenían las capacidades requeridas para ejercer una ciudadanía plena —alimentación, salud, educación e información suficientes, ni tampoco organización social autónoma—, a pesar del sofisticado edificio político-electoral construido con las reformas de 1977 a 1996.
Y, como resultado, lo que tenemos no es una
democracia, que quiere decir poder del pueblo,
democracia, que quiere decir poder del pueblo,
sino una república oligárquica de partidos.
De hecho, la república oligárquica la hemos padecido desde principios del siglo XIX porque, a diferencia de lo que había sucedido durante dos siglos en las 13 colonias de Norteamérica, en términos de las capacidades desarrolladas por sus ciudadanos para gobernar sus comunidades —como lo describe Alexis de Tocqueville—, en la Nueva España padecimos una sociedad segmentada en castas —una de las cuales era la que gobernaba— y una educación monopolio de la Iglesia, lo que impedía el desarrollo de las capacidades de los pobladores novohispanos.
En 1821 la oligarquía política que consumó la Independencia, después del imperio, no hizo más que copiar las instituciones políticas estadunidenses.
El 18 de noviembre de 1824 se constituyó la entidad que conocemos hasta la fecha como Distrito Federal, una copia del Distrito de Columbia en Estados Unidos.
La reforma constitucional de 1928 dejó al DF restringido a un departamento administrativo del Poder Ejecutivo federal. Muchos son los problemas que existen como consecuencia de estas constricciones que las instituciones decididas por la oligarquía política de principios del siglo XIX y luego por la oligarquía política del XX, le imponen a los ciudadanos de la capital.
Para comenzar somos la única de las 32 entidades federativas en donde sus ciudadanos no han podido elaborar una constitución política propia. Los diputados electos por los capitalinos no pueden ni decidir la deuda pública; ésta es asignada por la Cámara de Diputados. La educación básica no ha sido descentralizada; sigue dependiendo del Gobierno federal; y la elección de los jefes delegacionales no tiene ningún freno ni contrapeso en la propia demarcación territorial.
Llevamos 30 años en los cuales la economía del país no crece como promedio anual más del 2.5%, con un crecimiento del ingreso per cápita medio casi nulo. Desde hace 14 años los ciudadanos del DF hemos elegido a gobiernos de izquierda para contrarrestar las políticas neoliberales de la Federación y, sin embargo, las restricciones institucionales no han permitido que estos gobiernos de izquierda reactiven la economía y generen empleo en beneficio de la población, porque no le han permitido tener la deuda pública suficiente para estimular la economía como cualquier economista keynesiano lo hubiera propuesto. La oligarquía política del Congreso de la Unión no le ha otorgado al Gobierno del DF los suficientes recursos, por ejemplo, para poder llevarle agua potable a
1 millón 440 mil habitantes de la ciudad que, o no reciben agua potable, o la reciben por tandeo, o la reciben de mala calidad.
El problema con la educación básica en el DF es la deficiente preparación con la que salen los muchachos, como lo han demostrado las evaluaciones PISA.
Por más que los órganos ejecutivo y legislativo del GDF les otorguemos becas a nivel de prepa y hayamos constituido la Universidad Autónoma de la Ciudad de México para ofrecer apoyos públicos a la educación de los jóvenes, las deficiencias con las que llegan al nivel medio superior y superior no han podido ser solventadas. Es como si la oligarquía política del Ejecutivo federal no le importara capacitar deficientemente a los niños de la capital, sin que nosotros podamos hacer algo al respecto.
Otro problema es de naturaleza política. No puede ser que dependamos de diputados y senadores de otras entidades federativas para que podamos los ciudadanos de la Capital constituir órganos colectivos de gobierno en demarcaciones territoriales —como Iztapalapa— que tienen casi dos millones de habitantes; es decir, más población que un buen número de estados de la República Mexicana. A los ciudadanos de la capital nos gustaría que la representación partidaria plural que resulta en las elecciones pudiera expresarse en las delegaciones, como en los municipios, a través de cabildos, con regidores, representando a los diferentes partidos que contienden en el Distrito Federal.
Y es la oligarquía partidaria que domina el Congreso de la Unión la que ha impedido que los ciudadanos del DF gocemos de derechos semejantes a los de las otras entidades y, por lo tanto, que podamos desarrollar nuestras capacidades en diversas actividades para podernos formar como ciudadanos plenos.
La reforma del Estado que discuten en el Congreso de la Unión ha dejado al margen al Distrito Federal
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