La mentira política, aconsejada hace más
de 3 milenios por Platón (cuyo nombre real era Aristocles) para atacar a
la democracia de Atenas, se sigue usando. En el presidencialismo a la
mexicana nuestros políticos echan mano de las verdades a medias y sobre
todo mentiras completas para engañar. Peña no es la excepción, cuando
menos en el caso de Petróleos Mexicanos (Pemex), que es botín de las
cúpulas sindicales (Romero Deschamps es un pillo y se sumó a las
declaraciones peñistas en Guanajuato) y de los presidentes en turno
después de Cárdenas y Ávila Camacho, pues desde Alemán hasta Calderón,
con sus cómplices, amigos y empresarios de aquí y de allá se han
repartido las ganancias como piratas asaltando la nave del Estado. Un
Estado laico ahora mismo puesto en riesgo por Peña con su catolicismo y
sus visitas, no al Estado del Vaticano –con el que se disfraza el
régimen papal–, sino al anterior y nuevo jerarca de la Iglesia Católica
(más que cristiana).
Con
la carga nacionalista de lo que históricamente significa para el
presente la Expropiación Petrolera, cuando Lázaro Cárdenas sustentó su
decisión de quitarle a los extranjeros instalaciones e instrumentos para
explotar el oro negro con base en una resolución de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación, los mexicanos atentos a este asunto no
pueden menos que sospechar que Peña y sus aliados –sobre todo los
financieros y empresarios que ya vieron el botín– intentan una reforma
que abra a Pemex para permitir su gradual privatización. Esto es una
modalidad de vender la empresa hasta que se sequen sus pozos y agoten
sus reservas. Entonces los mexicanos tendremos como patrimonio pozos
vacíos. Peña quiere entregar el petróleo a la iniciativa privada nativa y
extranjera.
No podemos ni debemos creerle a Peña y
su grupo que la reforma energética sobre Pemex es sólo para recibir
inyecciones de capital; y es que los interesados quieren comprar el
petróleo directamente, por medio de que se les permita localizar
yacimientos, perforar y comercializar petróleo. Lo que pasa es que Peña
no quiere decir la verdad, ya que sabe que su propuesta tiende a dejar
que los inversionistas, con sus equipos de perforación y extracción, en
tierra y en el Golfo de México, tengan vía libre para obtener el
petróleo y llevárselo. Obviamente que los inversionistas no comprarán
las instalaciones, pero se asegurarán por todos los medios que al
participar en Pemex tengan derecho a llevarse la mayor parte de las
utilidades.
Así que la respuesta a la pregunta de
si es cierto que la empresa no se vende ni se privatiza es que, ya en
manos privadas, los empresarios se adueñarán de la producción, y en 6
años de peñismo, llevarse la cuarta parte de los 13 mil millones de
barriles. No se busca industrializar la producción petrolera. La
propuesta de Peña es una trampa: abrir la empresa a la total
participación privada para vender el crudo a los capitales extranjeros y
algunos nativos que inviertan directamente. De esta manera la empresa
será mexicana sólo en su acrónimo. Así que no hay porqué creerle, ya que
Peña busca vender a la empresa mediante su privatización.
*Periodista
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