fe de erratas

11 oct 2014

Ayotzinapa: Tu lucha, es mi lucha; tu dolor; es mi dolor


Ayotzinapa, Tixtla, Guerrero. ¿Qué haría usted si su hijo estuviera desaparecido? ¿Qué haría si se lo hubieran llevado en el contexto de una masacre? ¿Qué haría si los responsables del crimen fueran justamente los encargados de proveer seguridad a la población? ¿Qué haría si los medios de comunicación difundieran reiteradamente la versión de que el cuerpo de su hijo yace calcinado en una fosa clandestina?

 

Para los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, Guerrero, éstas no son preguntas al aire. Son incertidumbres que nos los abandonan y que, cada día, a partir del 27 de septiembre pasado, los consumen, con toda la literalidad de la palabra.


Fastidiados de atender a los medios de comunicación; sin saber siquiera si la persona al otro lado del micrófono o de la cámara actúa de buena fe o es incluso enviada del gobierno, los padres de familia se vuelven reticentes. “No queremos más entrevistas”, resuelven.


Ante la intervención de un miembro del Comité Ejecutivo Estudiantil de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Fernando, un hombre cuya mirada ya no es de aquí, accede a compartir la tragedia familiar que ahora se ha tornado colectiva. Su hijo no es sólo “uno de los 43”; su nombre es Carlos Lorenzo Hernández Muñoz, un joven que este 11 de octubre cumplirá 19 años de edad.


Fernando apenas pronuncia lo indispensable. Con frases cortas y secas simplifica al ser que él y su esposa dieron vida: originario de Huajintepec, en la Costa Chica de Guerrero, alumno de primer grado, alegre, trabajador, sin vicios, amante del futbol. La economía de su lenguaje no es para nada un acto de descortesía. Es más bien manifestación de hartazgo y desesperación; nunca de desesperanza.


Pese al hallazgo de diversas fosas clandestinas en las que se presume que pudieran estar los restos de los jóvenes normalistas, Fernando asevera: “No son. Ellos están vivos. Tenemos la esperanza de que están vivos”.


El hombre, campesino de toda la vida, se frota los brazos; sentado sobre una silla de madera, mece su cuerpo de atrás hacia adelante; durante el relato, sus ojos permanecen más tiempo cerrados que abiertos. Aun así, las palabras empiezan a tomar ritmo.


Refiere que el gran anhelo de su hijo es ser alguien en la vida, en la sociedad. Tener una vida diferente a la de él, que hasta la fecha debe de trabajar el campo de sol a sol. “
¿A poco los pobres no tienen derecho a estudiar? Duele porque los asesinan por estudiar. No hay palabras para expresar el dolor”.


—¿Por qué su hijo decidió estudiar precisamente para ser maestro? –se le pregunta.


—Desde que mi hijo estaba en la prepa (bachillerato), él decía que quería ser maestro porque no le gustaba otra carrera. Él sabía que era difícil estudiar, pero decía que cuando uno anhela algo, siempre lo alcanza.


A escasas 6 semanas del inicio del ciclo escolar, los primeros aprendizajes de Carlos empezaron a rendir frutos. La última vez que vio su papá, éste lo notó más “abierto” e interesado por los libros. A Carlos le gustan mucho los homenajes que se hacen en la escuela y se interesa por la vida de personajes como Lucio Cabañas y el Che Guevara, refiere su progenitor.


A decir de Fernando, lo que ocurre en Guerrero, la corrupción e impunidad por parte de gobernantes como Ángel Aguirre Rivero y José Luis Abarca, es una vergüenza. En ese sentido, advierte: “El gobernador tiene los días contados”.


Indica, asimismo, que los padres de familia no van a dejar de luchar por la presentación con vida de sus hijos y por el castigo de los culpables de los hechos violentos del 26 y 27 de septiembre pasados.


Desde que supo de la desaparición de su hijo, Fernando se trasladó a la Normal Rural de Ayotzinapa, lugar donde pernocta desde entonces. Su esposa, sin embargo, no pudo acompañarlo pues la noticia la enfermó. “A pesar de todo me doy ánimos y me los dan mis mismos compañeros, siempre con la fe de que nuestros hijos están vivos”, comenta el campesino.
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...sigue

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