Por todos lados, México pierde
Ignomiia. Foto: Germán Canseco |
MÉXICO, D.F. (Proceso).- A la una de la tarde del jueves 12 de diciembre de 2013, la maquinaria legislativa –aceitada desde hace un año por el PRI– le cumplió su mayor deseo a Enrique Peña Nieto: en la Cámara de Diputados cayó el voto 353 en favor de la reforma energética. Ya era un hecho.
Esa modificación constitucional acabó con los 75 años de la nacionalización de los hidrocarburos.
Dejó en manos de la iniciativa privada buena parte del destino económico y político del país, según especialistas y diputados: Los empresarios controlarán el ramal de gasoductos que atraviesa el país y, con ello, la seguridad nacional. También mermó la soberanía: México ya no podrá pelear el destino de su petróleo en territorio nacional, sino que ahora deberá acudir a cortes internacionales en caso de conflictos.
La exploración, explotación y venta de hidrocarburos pasará a manos de compañías extranjeras. Como consecuencia, perderá el control de sus recursos naturales. Lo lógica de la explotación será la que dicten los intereses particulares. Además, y contrariamente a lo que se dice, disminuirá la renta petrolera.
Para pavimentar el camino a la reforma, el PRI recurrió al PAN y al PRD, agrupándolos en el Pacto por México. Desde ahí armó su estrategia que, poco a poco y “de manera perversa”, según legisladores federales, empezó a cambiar la Constitución. Primero el artículo sexto, para mantener en la opacidad el destino de la venta del petróleo; después, reglamentó el 35, para dificultar que una consulta popular revirtiera la reforma energética, y finalmente el 25, el 27 y el 28, que abrieron el sector a la participación privada.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1937 de la revita Proceso, actualmente en circulación.
http://www.proceso.com.mx/?p=360628
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