El síndrome de Moisés
Tres decálogos en un solo año
Relección y corrupción
Enrique Galván Ochoa La Jornada 16 Diciembre 2009
Según el Antiguo Testamento, todo era truenos, relámpagos y sonido de trompeta en el cerro que humeaba, mientras Jehová dictaba a Moisés y su pueblo el decálogo que contenía los mandamientos que deberían regir su vida. Aquí en México no han sonado truenos ni relámpagos, y más que trompetas lo que se ha escuchado han sido trompetillas, porque ya son tres los decálogos que este año propone el presidente Calderón, los dos primeros con resultados magros.
El inicial fue presentado a principios de marzo, anunciaba una inversión multimillonaria en obra pública para contrarrestar la crisis. Uno de los puntos preveía invertir 650 millones de pesos adicionales en el Sistema Nacional de Empleo; se trataba de fomentarlo, sin embargo, meses después dejaría sin trabajo a 44 mil sindicalizados de LFC.
El segundo decálogo lo presentó envuelto en una florida pieza oratoria un día después de su tercer Informe de gobierno en Palacio Nacional. Pregonaba una reforma profunda a las finanzas públicas para hacer más con menos. El gobierno será el primero en poner el ejemplo en la racionalidad del gasto, no pedirá un esfuerzo que él mismo antes no haya hecho. Sin embargo, el presupuesto de 2010, con el injusto incremento de impuestos, aumentará en vez de disminuir, no fue sacrificado un solo peso de los enormes ingresos de la alta burocracia. A final de cuentas se truncó en los laberintos del Congreso la idea de desaparecer tres secretarías: Función Pública, Turismo y Reforma Agraria. Del precario éxito de los dos primeros decálogos habla la degradación impuesta por las calificadoras Standard & Poor’s y Fitch a los bonos de deuda soberana del gobierno. Apenas libran el grado de inversión, a la otra lo pierden.
Puertas abiertas a la corrupción
El Moisés michoacano volvió ayer a la carga: presentó un tercer decálogo, ahora propone una serie de reformas a la legislación que impactarían –de ser aprobadas por el Congreso, todas o en parte– la vida política del país. Algunas ideas son buenas, por ejemplo quitarle el monopolio electoral a los partidos políticos, al permitir que haya candidatos independientes. Cuando centenares de miles de ciudadanos votaron en blanco en las pasadas elecciones, tenían en mente un cambio en ese sentido. Otras son francamente malas, y hasta peligrosas, aunque habrá interesados que las apoyen. Me refiero a la relección de presidentes municipales y diputados de los congresos locales, delegados del Distrito Federal, diputados federales y senadores. En el caso de los alcaldes, la propuesta posiblemente contará con el apoyo anticipado de los capos del tráfico de drogas. Menudean las denuncias de que se han ido apoderando de comarcas enteras. Ahora podrán influir en la elección de un gobierno local y sostenerlo por 12 años consecutivos, en vez de tres. Por otro lado, los monopolios y las corporaciones aplaudirán la iniciativa de relegir a diputados y senadores. Les resultará más barato contratarlos a largo plazo que tener que revisar la nómina cada tres años –en el caso de los diputados– o seis, en el de los senadores. De hecho ayer mismo el Consejo Coordinador Empresarial apresuradamente expresó su apoyo a las reformas políticas en ciernes del calderonismo. El panismo –o al menos la parte leal a Los Pinos– también las recibió con entusiasmo. Tal vez no hubo quien reflexionara en que se abre la posibilidad de un autogol. El perredismo podría eternizarse en la mayoría de las delegaciones del Distrito Federal.
Las reservas
Al asumir el cargo de gobernador del Banco de México, Agustín Carstens recibe las reservas internacionales en una cuantía de 87 mil 562 millones de dólares. Guillermo Ortiz tomó la precaución de dar a conocer ayer muy temprano el estado de cuenta, por aquello de que entregada la mercancía no se admite reclamación. ¿Qué piensan hacer con tamaño caudal, ahora que tomarán decisiones consultadas el gobierno y el banco central?
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