López Obrador, identidad clara asentada en valores y en conceptos
Criticado y hasta odiado –merced a la campaña de mentiras que en su contra desataron Felipe Calderón y sus asesores hispanos (que ahora lo son de la señora Vázquez) en 2006--, nadie puede regatear a Andrés Manuel López Obrador su auténtico liderazgo político.
A diferencia de sus opositores en los comicios venideros, el liderazgo de AMLO está fundado en una amplia base popular, posee sustancia y un contenido sólido.
Priístas y panistas, mientras tanto, aún están a la búsqueda de un fundamento conceptual que los catapulte en las campañas proselitistas que a fines de este mes están por iniciar. Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota están rodeados –puede decirse que hasta copados-- por legiones de asesores. Y sí, estos asesores pueden, con mayor o menor éxito, potenciar sus puntos fuertes y mitigar sus debilidades –que uno es
“el guapo-guapo” de la novela de Gustavo Sáinz La Princesa de El Palacio de Hierro; que la otra es mujer y va al súper, no a La Comer--, lo que usted guste y mande, pero sin proyectar ideas.
Son las ideas, precisamente, las que importan en las campañas políticas. Las únicas que verdaderamente pueden impactar en la porción indecisa del electorado.
Y por supuesto, lo valores.
Presentarse ante el respetable como dandi, latinlover o mujeriego causa hilaridad, envidia, críticas, pero no deseos de votar por un personaje inconstante que, además, no cumple sus compromisos.
Esconder y discriminar a la hija de las cámaras fotográficas, por su problema de sobrepeso, para que no afee la imagen de “¡qué bonita familia!” que se busca proyectar, tampoco atrae sufragios a la causa.
Ese tipo de liderazgos adscritos, inventados, carecen de una identidad propia. Por eso los asesores son tan importantes para sus campañas. Porque estos asesores les “crean” una personalidad distinta a la que es real.
Y muchas veces los asesores fallan: a uno le hacen infinidad de chistes por sus constantes tropiezos –el del muy visible teleprompter, el más reciente--, la otra se convirtió en el hazmerreir generalizado por haber alcanzado el primer lugar “en las encuestas de salida: todos se le salieron del estadio”.
Fracasan las identidades inventadas. Ya lo vimos, también en 2006, con Felipe Calderón. No resultó lo que parecía ser. ¡Nos salió peor!
Y no, no es este el caso de López Obrador. Él posee una identidad clara, asentada en valores y en conceptos.
Los mismos, sí, que constante repite desde mucho antes del 2006 y que son los que ahora ha vuelto a presentar en su toma de protesta como candidato del PRD a la Presidencia de la República, el fin de semana inmediato anterior.
Para comunicarse, además, todo líder político necesita una historia.
López Obrador tiene la propia, labrada no sólo en movimientos sociales reivindicatorios de los derechos “de la gente”, como él señala, incluso en una exitosa gestión administrativa la frente de una de las ciudades del planeta más difíciles de gobernar: la capital nacional.
Los elementos que un líder político a día de hoy necesita son, entre otros, una identidad nítida basada en valores e ideas; un gran dominio de la comunicación; un lenguaje adaptado a los medios de comunicación; un proyecto político y, cómo no, ese elemento innato llamado carisma.
De los prospectos a llegar legal y legítimamente –ahora sí-- a Los Pinos, López Obrador es el único que reúne esos elementos.
Roberto Gil Zuarth, como “chivo expiatorio”, ha salido a dar la cara a los medios –lo que se le reconoce-- por el desastroso evento dominical con el que puso a Josefina Vázquez en la picota. Pero con excusas no se alcanzan los triunfos. Y menos con un discurso arcaico –sobre sus abuelitos-- que fue lo que ahuyentó a la gente del estadio. Sólo el colmillo de Ricardo Monreal destaca –paradójicamente, por su discreción-- en lo bien manejada que, hasta ahora, va la campaña de su amigo Andrés Manuel López Obrador.
No elegiremos en julio a ningún coordinador. Pero, ojo, de ellos depende el triunfo de sus respectivos candidatos.
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