¿Steve Jobs entre nosotros?
Lydia Cacho
Si Steve Jobs hubiera nacido en México, además de llamarse Esteban sus probabilidades de un futuro promisorio serían mínimas. Lo más seguro es que hubiera terminado como uno de los
7 millones de ninis, o como vendedor de piratería en el comercio informal. Su madre lo dio en adopción. Millones de niños y niñas en los Estados Unidos terminan en el sistema de adopciones denominado Foster parenting, en el que el Estado, a través de un programa controlado por servicios sociales, se asegura de que niñas, niños y jóvenes abandonados no queden perdidos en el limbo del sistema de hospicios que en México maneja el DIF nacional.
Ali tiene 16 años, tuvo una infancia que podría inspirar el guión de una película de terror por los abusos a los que la sometieron su padre biológico, un mafioso cuyos delitos han sido documentados por la PGR pero que siempre sale intocado, y la madrastra que parece un personaje perverso de algún cuento infantil. Sin embargo, la inteligencia y fortaleza de esta chica le han permitido resistir tres años de vida en refugios para víctimas de violencia y trata. Terminó sus estudios de secundaria en el sistema abierto y hace un par de meses comenzó por fin una nueva vida de reinserción social en libertad.
Por desgracia su futuro no está asegurado, como no lo está el de más de 50 mil niñas y niños que han sido rescatados de manos de tratantes y de familias que los explotan, maltratan e incluso los venden. Las organizaciones civiles de todo el mundo enfrentan el mismo problema. Una organización de la India recientemente hermanada con el refugio Ciam Cancún, A.C, rescata cada año a 300 niñas de los prostíbulos de ese país. Cuenta con fondos para los tratamientos, alimentación y vivienda, pero nadie, ni el Estado ni los donantes, invierten recursos enfocados en la reconstrucción de la vida de adolescentes; es decir, en educación hasta terminar la universidad, vivienda digna y segura, protección de la salud, prevención de los agresores que permanecen libres y una familia afectuosa que les dé estructura y educación emocional. No es mucho pedir y se lo merecen. Además está claro que la violencia normalizada se reproduce y potencia cuando no se la detiene e intercambia por una vida pacífica. De eso se trata la reinserción social de largo plazo.
Resulta vital rescatarles de la violencia, sin embargo los cuidados posteriores, cuando ya no se les considera víctimas sino sobrevivientes, son casi inexistentes. Un par de organizaciones civiles en México, una en el DF, tienen casas de este tipo para niñas y adolescentes. Su trabajo es magnífico, sin duda, pero sus presupuestos son cada vez más escuálidos. Eso y la inexistencia de una buena ley de adopciones que pudiera permitir que dentro del marco legal estas chicas y chicos recibieran esa segunda oportunidad, es lo que impide que un Esteban Jobs hubiese podido brotar entre nosotros.
Cada vez que el Congreso de la Unión afirma que no hay recursos para asegurar la reinserción social de niñas, niños y jóvenes victimizados en México, el debate parece perder fuerza.
Ali tiene 16 años, tuvo una infancia que podría inspirar el guión de una película de terror por los abusos a los que la sometieron su padre biológico, un mafioso cuyos delitos han sido documentados por la PGR pero que siempre sale intocado, y la madrastra que parece un personaje perverso de algún cuento infantil. Sin embargo, la inteligencia y fortaleza de esta chica le han permitido resistir tres años de vida en refugios para víctimas de violencia y trata. Terminó sus estudios de secundaria en el sistema abierto y hace un par de meses comenzó por fin una nueva vida de reinserción social en libertad.
Por desgracia su futuro no está asegurado, como no lo está el de más de 50 mil niñas y niños que han sido rescatados de manos de tratantes y de familias que los explotan, maltratan e incluso los venden. Las organizaciones civiles de todo el mundo enfrentan el mismo problema. Una organización de la India recientemente hermanada con el refugio Ciam Cancún, A.C, rescata cada año a 300 niñas de los prostíbulos de ese país. Cuenta con fondos para los tratamientos, alimentación y vivienda, pero nadie, ni el Estado ni los donantes, invierten recursos enfocados en la reconstrucción de la vida de adolescentes; es decir, en educación hasta terminar la universidad, vivienda digna y segura, protección de la salud, prevención de los agresores que permanecen libres y una familia afectuosa que les dé estructura y educación emocional. No es mucho pedir y se lo merecen. Además está claro que la violencia normalizada se reproduce y potencia cuando no se la detiene e intercambia por una vida pacífica. De eso se trata la reinserción social de largo plazo.
Resulta vital rescatarles de la violencia, sin embargo los cuidados posteriores, cuando ya no se les considera víctimas sino sobrevivientes, son casi inexistentes. Un par de organizaciones civiles en México, una en el DF, tienen casas de este tipo para niñas y adolescentes. Su trabajo es magnífico, sin duda, pero sus presupuestos son cada vez más escuálidos. Eso y la inexistencia de una buena ley de adopciones que pudiera permitir que dentro del marco legal estas chicas y chicos recibieran esa segunda oportunidad, es lo que impide que un Esteban Jobs hubiese podido brotar entre nosotros.
Cada vez que el Congreso de la Unión afirma que no hay recursos para asegurar la reinserción social de niñas, niños y jóvenes victimizados en México, el debate parece perder fuerza.
Es imposible no indignarse ante la investigación publicada ayer por El Universal bajo el título “Élite legislativa dispone de 100 millones de pesos”. Los reportes demuestran que solamente los 10 senadores de la mesa directiva gastan de manera discrecional 22.1 millones de pesos además de sus salarios. Dicen que no hay dinero para las víctimas y sus remuneraciones se quintuplicaron en los últimos ocho meses. Las y los congresistas mexicanos gastaron más de 10 millones de pesos en asesorías para aprender a utilizar Twitter y Facebook para fortalecer sus carreras.
Sólo Beltrones y González Morfín reciben 310 mil pesos extras al mes (la reinserción social de una niña cuesta 130 mil pesos anuales). Son ellos los beneficiarios y a la vez reproductores de un sistema que abandona a las niñas y niños mexicanos víctimas de violencia. Han sido incapaces de asegurarles una segunda oportunidad en la vida, mientras ellos llevan una veintena de años asegurando la suya.
Resulta urgente establecer un verdadero sistema de adopciones (temporales y absolutas) y los recursos económicos para que México tenga sus Steve Jobs, Luisa May Alcot, Nat King Cole, John Lennon, Ingrid Bergman y Mark Twain, todos adoptados a diferentes edades. Podríamos comenzar con esos 100 millones de gastos extra. El tema es cómo lograrlo.
Twitter: @lydiacachosi
Sólo Beltrones y González Morfín reciben 310 mil pesos extras al mes (la reinserción social de una niña cuesta 130 mil pesos anuales). Son ellos los beneficiarios y a la vez reproductores de un sistema que abandona a las niñas y niños mexicanos víctimas de violencia. Han sido incapaces de asegurarles una segunda oportunidad en la vida, mientras ellos llevan una veintena de años asegurando la suya.
Resulta urgente establecer un verdadero sistema de adopciones (temporales y absolutas) y los recursos económicos para que México tenga sus Steve Jobs, Luisa May Alcot, Nat King Cole, John Lennon, Ingrid Bergman y Mark Twain, todos adoptados a diferentes edades. Podríamos comenzar con esos 100 millones de gastos extra. El tema es cómo lograrlo.
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