DESFILADERITO
AMLO: No a la desesperanza
De las cosas que uno se entera en
las presentaciones de libros. Anoche, durante la de “No decir adiós a la
esperanza”, el título número 11 en la bibliografía personal de Andrés
Manuel López Obrador, me enteré de algunas, que deseo compartir en este
espacio con ustedes.
Lorenzo Meyer, historiador y
analista político con experiencia tanto en la cátedra como en los
estudio de televisión, llegó con tres cuartillas y la cuarta parte de la
cuarta llenas de letras de 12 puntos impresas en tinta negra. No leyó
ninguna, excepto las cifras de un recuadro de la segunda que hablan de
que en la última década en Estados Unidos la concentración de la riqueza
aumentó 700 veces en beneficio del 0.1 por ciento de la gente de aquel
país.
(Hace unos días, un diario
mexicano reveló que en nuestro país, poco más de 200 mil personas, que
representan el 0.17 por ciento de la población nacional, posee más del
50 por ciento del dinero depositado en los bancos que hay entre nuestras
costas y nuestras fronteras. “Debe ser una de las tasas más altas de
injusticia en el mundo”, supuso Eduardo Galeano cuando se lo platiqué el
viernes. Pues no: de acuerdo con los datos de Meyer parece que no somos
la excepción sino la regla.)
La segunda vez que Lorenzo posó
la vista en las letras de su ponencia fue cuando confesó a quienes le
escuchábamos que la mejor definición de utopía que ha conocido, la
escribió Adolfo Gilly, en un ensayo acerca del cardenismo (cito de
memoria): “la utopía es el conjunto de ideales que comparte un grupo
social para compararlo con la realidad”.
Y nuestro gran comparador del
pasado y del presente dijo que en la tercera parte de su libro, AMLO
sienta las bases de la utopía que propone al movimiento que encabeza, “y
sólo falta ver si el movimiento hace suyas esas bases”. Pedro Miguel,
otro agudo observador de la realidad, llegó cuando Lorenzo Meyer
terminaba de hablar y sacó del bolsillo de su chamarra una hoja de papel
tamaño carta, doblada en cuatro pliegues; la colocó sobre la mesa y
levantó una de las esquinas para echarle un vistazo al pequeño acordeón
que allí había escondido.
Era un temario de ocho
renglones y el primero y el segundo decían: “1. Anécdota 1.” y “2.
Anécdota 2”. Y en efecto, contó la anécdota de cuando quiso afiliarse a
una célula revolucionaria teniendo él escasos 16 años y fue regañado por
el comisario político, pues cuando le preguntaron por qué quería
militar en la organización él respondió: “Porque odio la injusticia”.
No, lo reconvino el comisario, “tienes que decir: porque quiero luchar
por la emancipación del proletariado”.
La segunda anécdota involucró a
su abuelo materno, “un antimasón, antijudío, homófobo y anticomunista,
un reaccionario de principios del siglo XX quien, cuando las guerrillas
combatían contra las dictaduras de Nicaragua y El Salvador, a finales de
los años 70, expresó su deseo de que ojalá ganaran los muchachos”. ¿Por
qué un hombre de ideas tan atrasadas quería el triunfo de los
revolucionarios? “Porque era esencialmente una buena persona.”
Y de allí pasó Pedro Miguel a
subrayar que en su colonia, donde toda la gente es muy pobre, “cada
individuo es un pequeño Salinas de Gortari que quiere privatizarlo
todo”, tras lo cual recordó que “este país no era así, era un país
generoso” y dijo por último que la transformación de la mentalidad
colectiva, indispensable para que México deje atrás esta etapa tan
oscura, “está en las páginas finales del nuevo libro de López Obrador,
que proponen un camino para que la gente transforme su entorno y se
transforme a sí misma, haciéndose mejor”.
Estas palabras me cayeron de
perlas porque a mí me había tocado el papel de pítcher abridor y si bien
tenía en mente un complejo esquema para hablar del efecto invernadero
que los gases intestinales de las vacas producen en la atmósfera,
acelerando la destrucción de las condiciones que permiten la vida humana
en la Tierra, y de la isla de plástico de dos millones de kilómetros
cuadrados que flota en el Pacífico Norte, y de la gravísima
responsabilidad de Estados Unidos en la degradación de nuestro
ecosistema, y del proyecto de la NASA para colonizar Marte dentro de un
siglo –todo ello a guisa de preámbulo--, en realidad hablé de cosas muy
distintas, que no vale la pena citar aquí, no por ahora.
Lo que sí dije, y quiero citar
aquí, es que en su nuevo libro, AMLO da un gran salto en la evolución de
su pensamiento político, y que sustenta el concepto de la “república
amorosa” en las tradiciones más antiguas de Oriente y de Occidente,
tales como el Antiguo y el Nuevo Testamento, las ideas de Confucio o las
relaciones de los pueblos de Mesoamérica con el cosmos y con la tierra
–entre muchas otras fuentes en las que bebió para escribir este
ensayo--, a partir de todo lo cual contribuye a renovar el significado
de la “ser de izquierda”.
Y ser de izquierda, añadí, es
“ser derecho, ser buena gente, buena persona, generoso y solidario,
fraterno, lo que nos aleja de ideas anacrónicas, como las de aquellos
que olvidan que los tres mayores genocidas del siglo XX fueron Hitler,
Stalin y Mao, y todavía creen que ser estalinista o maoísta es ser de
izquierda, lo que no tiene nada que ver con AMLO, para quien –como lo
afirma en su nuevo libro-- no hay mayor felicidad que luchar para hacer
felices a otros”.
Como huésped de honor en la
mesa dispuesta sobre el escenario del Centro Cultural San Angel de la
ciudad de México, AMLO (de esto también me enteré, sentado junto a él
frente a tantísima gente) dobló como seis u ocho páginas de su propio
libro, para utilizarlas como marcas para desarrollar su intervención.
Pero al igual que Pedro Miguel y
Lorenzo Meyer sólo consultó una o dos de ellas. La primera, acerca del
grado de pobreza de la gente que en julio votó en las elecciones
presidenciales en Puebla (tema de un próximo Desfiladerito) y la segunda
para hablar de un poema de Carlos Pellicer dedicado a Simón Bolivar
(personaje de otro próximo Desfiladerito), y explicar por qué, después
del “haiga sido como haiga sido” del 2006 y del “billetazo” de Peña
Nieto de 2012, “mucha gente que no votó por mí se siente deprimida, y
muchos de nuestros compañeros todavía no se reponen, por lo cual decidí
dedicar un tiempo a escribir este libro y decirles ¡ánimo!, la lucha
sigue, no permitan que nos quiten el derecho a la esperanza”.
“No decir adiós a la
esperanza”, publicado por Grijalbo, consta de 160 páginas y propone una
serie de ideas fundamentales para hacer realidad el sueño de que la
justicia someta al poder de la corrupción, algo que mañana miles y miles
de personas intentarán durante la primera huelga general europea contra
el FMI, convocada en 22 países del viejo continente.
Por ello, desde luego, hoy
también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, ansioso por ver
la caída de Esther Orozco, la raptora de la UACM, a quien finalmente
parece que el Gobierno del Distrito Federal ha comenzado a serrucharle
el piso.
Jaime Avilés
No hay comentarios:
Publicar un comentario