Las grietas del Estado
Felipe Calderón, titular del Ejecutivo.
Foto: Germán Canseco
Foto: Germán Canseco
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Vivimos un profundo parteaguas civilizatorio, comparable, para hablar de los referentes occidentales, a lo que fue la caída del Imperio Romano. Las instituciones –el Estado hobbesiano y la economía moderna–, esas construcciones históricas que desde hace algunos siglos administraban a los seres humanos, entraron en crisis a nivel mundial y tendrán que morir, como algún día murieron el Imperio Romano, el mundo feudal y, para hablar de nuestra época, otras formas del Estado hobbesiano –el fascista, el soviético y el militarista.
Podríamos quizá, para no ser tan radicales, hablar no de muerte, sino de transformación; hablar, como lo define Tomás Calvillo, de un Estado en mutación. Sin embargo, se encuentre en una fase terminal o en una fase mutante, lo cierto es que el Estado y las instituciones económicas, tal y como salieron de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa, se desmoronan y, al igual que sucedió con las fracturas del Imperio Romano que terminaron con su caída, de sus grietas comienzan a emerger diversos movimientos que delinean lo nuevo. Desde los zapatistas –el más profundo de todos– hasta el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), pasando por la llamada Primavera Árabe, los Indignados y los Ocupas, los movimientos sociales hablan de la necesidad de una transformación, de la necesidad de crear un mundo nuevo y distinto, lleno de diversidades o, para decirlo con esa hermosa frase acuñada por el zapatismo, de “un mundo donde quepan muchos mundos, todos los mundos”.
Por desgracia, al igual que sucedió con el Imperio Romano, el Estado hobbesiano y la economía moderna se resisten. En México, esa resistencia ha llegado a grados absurdos: El Estado casi no existe, está completamente fracturado. Junto a sus movimientos sociales, que apuntan hacia lo nuevo y a los cuales se desprecia, lo que hay es un Estado paralelo y delincuencial que lentamente se adueña del país. La economía, por su parte, está devastada. Arropada por ese mismo Estado, la vida económica de la nación sólo beneficia a unos cuantos, entre los que se encuentra el crimen organizado –una forma extrema de la economía moderna–. En medio de ellos, una población sufriente, aterrada, devastada en sus tejidos sociales, instrumentalizada y explotada para beneficio de esos cuantos.
Lo terrible es que frente a la necesidad de una transformación hacia lo nuevo, que los movimientos sociales muestran y demandan, la clase política continúe creyendo que se puede seguir administrando ese estado de cosas. Las próximas elecciones son la muestra más clara y contundente de ello. Ajena a la emergencia nacional, despreciativa de las demandas ciudadanas y de las propuestas de los movimientos sociales, a los cuales criminaliza –es el caso del zapatismo– o simula atender –es el caso del MPJD–, la clase política, a través de sus partidos y candidatos, se lanza a una contienda electoral.
En esas condiciones uno se pregunta: ¿Qué van a administrar? ¿La violencia, la corrupción, la impunidad, el mercado de las drogas? Por más que sus discursos políticos estén llenos de buenas intenciones, la realidad es que ahondarán las grietas de un Estado fracturado y de un modelo económico que –ya sea administrado por capitalistas o por socialistas– destruye la vida y alienta el crimen. La noción de desarrollo y de producción de riquezas en un mundo limitado que se autosustenta es una de las grandes falacias de la economía moderna, cuyas evidencias son el despojo, la miseria y la destrucción del planeta.
Lo único que podrían hacer, si realmente entendieran el parteaguas civilizatorio en el que nos encontramos, si realmente entendieran la emergencia nacional por la que atravesamos, si realmente atendieran lo nuevo que emerge de los movimientos sociales –en particular de lo que el zapatismo no ha dejado de decir–, es generar un gobierno de unidad nacional, con una agenda común que pacifique al país mediante la justicia y no con la militarización y la violencia, y que reformule el concepto de Estado a partir de lo que los movimientos sociales muestran.
Esto permitiría no sólo replantear el orden constitucional, sino, a partir de él, abrir el país a diversas formas de la democracia y de la economía que pongan un límite al poder unívoco del Estado y a una economía basada en lo que Pascal Bruckner ha llamado “la seducción de lo efímero”, es decir, a una economía dirigida hacia la producción y el consumo infinitos –una economía que de una manera distributiva está también en el pensamiento de la izquierda perredista y su noción de desarrollo–. Sólo así la clase política podría tomar el camino del cambio civilizatorio y dejar surgir lenta y pacíficamente lo nuevo. Lo otro, la obstinación en creer que los partidos continúan siendo una solución, que en ellos hay hombres y mujeres providenciales, y que se puede seguir administrando un Estado casi inexistente y una economía inoperante y destructiva que fomenta la corrupción, la impunidad, la violencia y el crimen, es ahondar las grietas del desmoronamiento del Estado y de la economía, y hacer que su irremediable caída sea más atroz, más destructiva, más espantosa, más criminal y violenta.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz y devolver la dignidad a las víctimas de la guerra de Calderón.
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