Celulares: la estulticia como política
Ernesto Villanueva
           MÉXICO, D.F., 31 de marzo.- Uno de los méritos de los  gobernantes mexicanos es encontrar un problema a cada solución. No podía  ser la excepción el establecimiento del Registro Nacional de Usuarios  de Telefonía Móvil (Renaut), una ocurrencia de cómo se gasta más el  dinero público para resolver menos los problemas de la sociedad. En  efecto. Veamos.
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Primero. El 9 de febrero del 2009 el Congreso de la Unión aprobó una  conspicua reforma a la Ley Federal de Telecomunicaciones, con lo que dio  vida al Renaut y amplió la burocracia en la Secretaría de Gobernación.  De esta forma, los usuarios de teléfonos celulares deben registrar su  equipo y chip en las compañías telefónicas que les otorgan el servicio,  so pena de que éste les sea suspendido sin posibilidad de reactivación. 
Esta decisión legislativa tiene un propósito loable: facilitar el  combate a los delitos de extorsión, amenazas, secuestro y delincuencia  organizada cometidos con el concurso de dichos aparatos. El quid del  asunto reside en saber si esas medidas pueden ser los medios razonables  para llegar a los fines buscados. Esto en realidad no es así.
Segundo. No es factible en el corto plazo adoptar el Sistema de  Posicionamiento Global (GPS) como un localizador con tecnología  satelital, en virtud de que esto haría sumamente costoso el servicio del  celular, en perjuicio, paradójicamente, de la mayoría de la sociedad.  Si se lograra que el gobierno federal (con los impuestos suyos y míos)  absorbiera dicho costo, surgiría otro problema igual o mayor: que para  la eficacia del GPS se requiere de un sistema cartográfico actualizado  que no posee México. Y no sería como las Guías Roji que todos conocemos y  que nos sirven para ubicar calles, sino un sistema que incluye los  relieves del terreno y puede determinar si el celular se halla en un  inmueble de un piso o en un edificio de 15 o 40 niveles, diferencia que,  para propósitos de seguridad, puede representar la vida o la muerte.  Hoy, sin reforma alguna, se utilizan las radio-bases existentes para  efectos de identificación aproximada. Aunque tienen un menor nivel de  precisión que el GPS, ayudan cuando hay voluntad de hacer cumplir la ley  en casos de secuestro o extorsión.
Tercero. Supongamos que se reorientara el presupuesto para adoptar un  sistema GPS y mantener un proceso permanente de cartografía en todo el  país. Este esfuerzo presupuestal mayúsculo nada garantizaría. Se deja de  lado la inteligencia del crimen organizado. ¿Se imagina alguien a un  delincuente llamando de su propio teléfono celular para pedir un  rescate? Es absurdo. Lo que generalmente pasa es que se utilizan los  teléfonos celulares de las víctimas u otros robados. De modo que puede  saberse quién es el propietario del teléfono del que se habla y cuál es  su domicilio, pero esto poco ayuda a combatir los delitos de alto  impacto.
Cuarto. Por si lo anterior fuera poco, se parte del supuesto de que  los delincuentes son débiles mentales y que para sus quehaceres  delictivos usan los teléfonos celulares convencionales de Telcel,  Movistar u otros similares. No se toma en cuenta la existencia de la  comunicación telefónica por internet, que es mucho más segura y  confiable para no ser rastreada. Se trata de sistemas como Skype o  Vonage, por citar dos ejemplos, donde no se requiere de número alguno. 
¿Qué sucede además si el teléfono para el secuestro es europeo,  estadunidense o de cualquier país distinto a México? Eso no es todo: Los  datos personales de los titulares de los teléfonos celulares carecen de  la mínima garantía de protección.
Como se puede observar, el Registro Nacional de Usuarios de Telefonía  Móvil servirá sólo como un mecanismo que podría brindar seguridad  psicológica a una reducida parte de la población. En épocas electorales  es entendible que el Poder Legislativo busque reivindicar su imagen  entre los gobernados, pero es injusto que se explote la ignorancia de  nuestro pueblo, en este tema tan sensible para todos, dándole gato por  liebre.
 Más que en carencias tecnológicas, el problema reside en la  cultura de la corrupción e impunidad que prevalece, sin cuyo combate lo  demás será siempre lo de menos.
Desde un punto de vista formal, los usuarios de celulares pueden  recurrir al amparo contra esta medida restrictiva de los datos  personales y del derecho a la vida privada de los mexicanos. Y es que,  en realidad, será materialmente imposible que a los usuarios de  celulares que no acudan al registro se les elimine el servicio e imponga  la sanción de que jamás tendrán otro de esos aparatos a su nombre. ¡Por  favor! Estamos en México.
Si no se garantiza lo básico, que es la seguridad pública, y si no se  recupera el espíritu remunerador del salario mínimo, entre una enorme  cantidad de pendientes, ¿se va a aplicar selectivamente la ley para  afectar a los mexicanos, a la industria nacional y los empleos que  genera, a las comunicaciones y a la libertad de expresión, sin que por  ningún lado se vea un verdadero interés público superior que justifique  tal medida? l
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