El ¡Ya basta! del norte
John M. Ackerman
MÉXICO, D.F., 30 de marzo.- México ha vivido tres sombríos  lustros sin que la sociedad civil haya podido conseguir victorias  palpables. Desde el movimiento que surgió en 1994 a raíz de la rebelión  del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas, no  hemos vuelto a percibir procesos en los que las fuerzas sociales logren  imponer la agenda política y conducir el debate nacional.
 Sin embargo,  hoy como nunca tenemos ante nosotros una coyuntura similar a la de 1994,  en la que un nuevo levantamiento social tendría la fuerza suficiente  para arrebatar de la misma clase política de siempre el control sobre el  destino del país.
En esta ocasión, el terreno más fértil para el despertar de este  movimiento renovador de la política nacional proviene de la frontera  norte. En lugar de la nueva versión del Ejército Libertador del Sur, hoy  podríamos estar en la antesala de la articulación de otra dorada  División del Norte.
En 1994, Chiapas y los estados del sur resentían con mayor crudeza  los efectos del abandono del campo y el sometimiento de las tradiciones  indígenas debido a la imposición del modelo neoliberal a partir de los  años ochenta. 
Hoy, Ciudad Juárez y otras ciudades norteñas desnudan de  manera particularmente dolorosa las contradicciones de la “inserción” de  México en el “mercado global”, que envía cada vez más mexicanos al  subempleo maquilador y al extranjero para trabajar como “ilegales” en  condiciones infrahumanas.
En su dinámica política, Chiapas había sido durante mucho tiempo, y  realmente sigue siéndolo, ejemplo de una sociedad dominada por caciques y  un gobierno de oprobio que ejercía una sistemática violencia de Estado. 
Hoy, estados del norte como Coahuila, Tamaulipas y Durango todavía ni  siquiera conocen los agridulces sabores de la alternancia política, ya  que han venido siendo gobernados por el viejo partido de Estado sin  interrupción desde la Revolución Mexicana. 
Otros estados, como Chihuahua  y Sonora, que sí han experimentado la alternancia política en sus  elecciones locales, todavía se encuentran bajo el férreo control del  clientelismo y los caciques locales.
El rechazo actual de los ciudadanos juarenses a la intervención del  Ejército en su territorio, y su clara exigencia por encontrar  estrategias para lograr la paz y el desarrollo, son muy parecidos a  aquellas demandas de los zapatistas y de la sociedad civil de mediados  de los noventa en Chiapas. 
Aquella imagen que dio la vuelta al mundo con  las mujeres indígenas de la Selva Lacandona repeliendo con nada más que  sus gritos, sus manos y toda su dignidad el avance del Ejército en sus  territorios, es hoy revivida por la señora Luz María Dávila, quien con  toda la fuerza de su indignación se ha atrevido a confrontar  públicamente a Felipe Calderón.
Del mismo modo en que los indígenas chiapanecos llegaron a un punto  límite que los llevó a dejar de seguir soportando sin respuesta la  muerte, la violencia y los despojos cotidianos, hoy los jóvenes,  mujeres, universitarios y trabajadores de Ciudad Juárez empiezan a  perderle el miedo a la participación política y exigen soluciones  inmediatas al deterioro social de la frontera norte.
Existen, desde luego, un par de diferencias radicales entre la Selva  Lacandona en 1994 y la Ciudad Juárez de nuestros días. 
Por un lado, los  valores, la unión y dignidad de los pueblos indígenas, así como el  carisma y liderazgo del Subcomandante Marcos y los comandantes de las  comunidades, imprimieron un sentido democrático y una dirección clara a  aquel emergente movimiento social y político.
 En Juárez aún no ha  surgido un sujeto social con las mismas características. Además, la  destrucción del tejido social a lo largo de la frontera norte hace que  el trabajo de construcción de un auténtico movimiento social similar a  la experiencia en Chiapas enfrente retos particularmente pronunciados.
Por otro lado, un eventual movimiento en la frontera norte inspirado  en la experiencia de los zapatistas de ninguna manera podría incluir el  elemento de la resistencia armada. 
Dada la situación de violencia  generalizada que se vive en la zona y el abuso de la fuerza que  predomina tanto entre los narcotraficantes como por parte de las fuerzas  del Estado, el movimiento tendría que ser totalmente pacífico.
 La paz y  la justicia tendrían que ser sus principales banderas de lucha, tal y  como éstas llegaron a ser las causas principales del zapatismo civil.
La visita hace dos semanas a la Ciudad de México de las viudas y  huérfanos de la “guerra contra las drogas” de Ciudad Juárez, acompañados  de jóvenes y profesores universitarios de aquella región, representa el  primer paso de lo que podría llegar a ser un vasto movimiento por la  renovación de la política a nivel nacional.
 Por el bien de la democracia  y el desarrollo social en México, esperemos que esta acción ciudadana  tome vuelo pronto y que el general Pancho Villa y sus dorados aprovechen  la celebración del centenario de la Revolución para ayudarnos a ver su  legado, tal y como lo hiciera el general Emiliano Zapata en 1994.
www.johnackerman.blogspot.com
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