¿Qué querían que hiciera?
Pedro Miguel / Navegaciones
El 27 de diciembre de 2002 Tv Azteca envió al cerro del Chiquihuite a una treintena de efectivos armados y encapuchados que irrumpieron en las instalaciones de transmisión de CNI-Canal 40, redujeron a los vigilantes y técnicos que allí se encontraban, los esposaron y amordazaron y, pistola en mano, los obligaron a firmar un acta de entrega de las instalaciones. El entonces abogado de CNI, Fernando Gómez Mont, dijo que aquello era expresión de la voluntad arbitraria de un grupo privado que entrenó a un grupo especial para tomar la antena transmisora, por la cual empezó a ser emitida la señal de Tv Azteca. Poco después, la mañana del Día de Reyes de 2003, en la nueva sala de prensa de Los Pinos, un funcionario de Canal 40 le pidió a Vicente Fox, a la sazón presidente de la república, que interviniera para hacer respetar la ley. El de Guanajuato le replicó con la que habría de convertirse en una de las frases emblemáticas de su administración y de sí mismo:
¿Y yo por qué?
A unos meses de partir hacia un destino incierto, y a la vista de las ruinas humeantes dejadas por su administración en el territorio nacional, Felipe Calderón pronunció una pregunta de orfandad ética y primitivismo intelectual comparables a los del ¿Y yo por qué? de Fox: ¿Qué querían que hiciera?, se interrogó en voz alta el michoacano, tras justificar la guerra en la que metió al país porque no era conveniente que invitara a pasar [a los criminales], que los saludara y les ofreciera un cafecito, o qué.
¿Y qué queríamos que hiciera? Bien, la respuesta no puede ser tan sintética como la pregunta. Para empezar, tras la inmundicia de Estado que fue la elección de 2006, era recomendable que se abstuviera de tomar y ejercer la presidencia sin antes cerciorarse de que la había ganado. Si hubiera aceptado un recuento voto por voto ni siquiera habría necesitado de algo tan insensato como esa guerra para tratar de obtener un poco de legitimidad.
También habría sido pertinente, antes de tomar la determinación fatídica que tomó, estudiar a fondo el fenómeno de la delincuencia organizada, hacerse asesorar por expertos en la materia, tratar de comprender los vínculos entre criminalidad, economía, salud pública, educación, cultura y rezagos sociales. Si se hubiese tomado la molestia, habría entendido, por ejemplo, que el narcotráfico es un asunto policial, en tanto la farmacodependencia es un tópico de salud pública, y no habría necesitado formular una justificación propagandística tan absurda y parodiada como esa de Para que la droga no llegue a tus hijos...
Habría podido leer algo de historia para enterarse de que el principal promotor del narcotráfico en el mundo es Estados Unidos, y no sólo por tener en su sociedad el principal mercado de estupefacientes lícitos e ilícitos, sino también porque su gobierno es y ha sido, en México y en el resto del mundo, un importante operador del trasiego de drogas. Si se hubiese asomado aunque fuera a los libros de texto de secundaria, acaso habría caído en la cuenta del papel que ha desempeñado Washington en la historia mexicana y no habría cometido el disparate de confiar la seguridad nacional al país que ha sido desde siempre la principal amenaza para ella.
Calderón también habría podido cumplir con las leyes y hacer frente a la corrupción monumental que campea en la administración pública; habría podido promover la creación de empleos dignos y bien pagados para reducir el enorme margen de reclutamiento de que goza la criminalidad; habría podido ordenar la persecución enérgica del lavado de dinero; habría podido pedir una investigación seria y confidencial de los vínculos con la delincuencia que se atribuyen a varios integrantes y ex integrantes de su gabinete de seguridad; habría podido empezar por la depuración del personal fiscal, policial y militar en los puertos, aeropuertos y aduanas; habría podido emprender una persecución más pareja de los cárteles para evitar que lo acusaran –como ahora lo acusa medio mundo– de proteger al del Chapo Guzmán; habría podido promover marcos y protocolos de respeto a los derechos humanos para las fuerzas de seguridad civiles y militares; habría podido combatir al crimen organizado en vez de fingir que lo enfrentaba. Habría podido actuar con patriotismo, honestidad, eficiencia y visión de Estado. Por supuesto, nadie le pidió nunca que entregara el país a la delincuencia ni que la invitara a un cafecito. Para combatirla y hacer cumplir la ley habría podido hacer muchas cosas sensatas y positivas, pero decidió, en cambio, hacer una carnicería.
A unos meses de partir hacia un destino incierto, y a la vista de las ruinas humeantes dejadas por su administración en el territorio nacional, Felipe Calderón pronunció una pregunta de orfandad ética y primitivismo intelectual comparables a los del ¿Y yo por qué? de Fox: ¿Qué querían que hiciera?, se interrogó en voz alta el michoacano, tras justificar la guerra en la que metió al país porque no era conveniente que invitara a pasar [a los criminales], que los saludara y les ofreciera un cafecito, o qué.
¿Y qué queríamos que hiciera? Bien, la respuesta no puede ser tan sintética como la pregunta. Para empezar, tras la inmundicia de Estado que fue la elección de 2006, era recomendable que se abstuviera de tomar y ejercer la presidencia sin antes cerciorarse de que la había ganado. Si hubiera aceptado un recuento voto por voto ni siquiera habría necesitado de algo tan insensato como esa guerra para tratar de obtener un poco de legitimidad.
También habría sido pertinente, antes de tomar la determinación fatídica que tomó, estudiar a fondo el fenómeno de la delincuencia organizada, hacerse asesorar por expertos en la materia, tratar de comprender los vínculos entre criminalidad, economía, salud pública, educación, cultura y rezagos sociales. Si se hubiese tomado la molestia, habría entendido, por ejemplo, que el narcotráfico es un asunto policial, en tanto la farmacodependencia es un tópico de salud pública, y no habría necesitado formular una justificación propagandística tan absurda y parodiada como esa de Para que la droga no llegue a tus hijos...
Habría podido leer algo de historia para enterarse de que el principal promotor del narcotráfico en el mundo es Estados Unidos, y no sólo por tener en su sociedad el principal mercado de estupefacientes lícitos e ilícitos, sino también porque su gobierno es y ha sido, en México y en el resto del mundo, un importante operador del trasiego de drogas. Si se hubiese asomado aunque fuera a los libros de texto de secundaria, acaso habría caído en la cuenta del papel que ha desempeñado Washington en la historia mexicana y no habría cometido el disparate de confiar la seguridad nacional al país que ha sido desde siempre la principal amenaza para ella.
Calderón también habría podido cumplir con las leyes y hacer frente a la corrupción monumental que campea en la administración pública; habría podido promover la creación de empleos dignos y bien pagados para reducir el enorme margen de reclutamiento de que goza la criminalidad; habría podido ordenar la persecución enérgica del lavado de dinero; habría podido pedir una investigación seria y confidencial de los vínculos con la delincuencia que se atribuyen a varios integrantes y ex integrantes de su gabinete de seguridad; habría podido empezar por la depuración del personal fiscal, policial y militar en los puertos, aeropuertos y aduanas; habría podido emprender una persecución más pareja de los cárteles para evitar que lo acusaran –como ahora lo acusa medio mundo– de proteger al del Chapo Guzmán; habría podido promover marcos y protocolos de respeto a los derechos humanos para las fuerzas de seguridad civiles y militares; habría podido combatir al crimen organizado en vez de fingir que lo enfrentaba. Habría podido actuar con patriotismo, honestidad, eficiencia y visión de Estado. Por supuesto, nadie le pidió nunca que entregara el país a la delincuencia ni que la invitara a un cafecito. Para combatirla y hacer cumplir la ley habría podido hacer muchas cosas sensatas y positivas, pero decidió, en cambio, hacer una carnicería.
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